Opinión

Mejor en la cárcel

¿Quién dijo esa cursilada sublime de hogar dulce hogar? A ver, que levante la mano el autor de semejante chorrada y que le identifique y le ajuste cuentas un siciliano de Villabate (alrededores de Palermo) recién condenado a cumplir unos meses de reclusión por infringir normas sobre reciclaje de residuos. El hombre, el siciliano me refiero, se quedó de piedra el otro día cuando después de prestar declaración ante el juez escuchó a su señoría que le privaba de libertad unos meses, la verdad que no muchos. Pero no se acojonó por tener que pasarse un tiempo en la incomodidad de una celda, sórdida como todas las celdas. ¡Qué va! Lo que le puso a temblar igual que una hoja azotada por la brisa ante magistrados, fiscales y abogados fue la autorización complementaria que le concedía para cumplir la pena en arresto domiciliario, es decir, en la supuesta comodidad de su casa familiar. Al condenado, un ciudadano de aspecto más bien pacífico, se le pusieron todos los pelos de punta. «En casa, todo el día encerrado, con mi mujer, ¡¡¡nooo!!!, por favor», exclamó al borde de la histeria. Demasiada pena para tan poco delito debió pensar ante lo que se le venía encima. Mejor, mucho mejor, en la cárcel, compartiendo rancho y disciplina con asesinos, mafiosos, pederastas, narcotraficantes, violadores… lo que sea. Cualquier cosa antes que tener que convivir las veinticuatro horas como compañera de mesa y lecho con la legítima, con la misma de la que se había proclamado enamorado en sus años mozos y a la que había prometido en el altar permanecer unido hasta la muerte. Y es que, sí, a menudo la vida de hogar es dura como ella sola, mayormente cuando la suerte voltea la espalda a la hora de escoger y el compañero o la compañera elegidos sale rana o, peor aún, fiera corrupia. Porque, en esta ocasión, Dios, ¿cómo se las gastará la mujer del siciliano que cambia el dulce hogar por la tétrica chirona?

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