Opinión

Darse de baja

Darse de baja en un servicio en España se ha vuelto algo heroico, prodigioso… pero muy cabreante. Cuando uno lo consigue abre los brazos y respira profundo con sensación de éxito. ¡Lo he conseguido. Soy cojonudo! Pero eso tarde, obliga a dar vueltas y revueltas, a hablar con ordenadores que nunca entienden nada y a dar órdenes a máquinas que nunca se cumplen. Mientras, las facturas siguen llegando al banco que si no recibe órdenes expresas las continúa pagando y si no las paga son capaces hasta de colocar a uno en listas de morosos por cuarenta euros. Lo sufrí estas semanas pasadas con Orange, una compañía telefónica de servicios mediocres pero resistencias a perder clientes numantinas. Rescindir un contrato telefónico por las razones que sean y más por el mal servicio debería ser fácil, por lo menos tan sencillo como contratarlo. Pero, ¡ya, ya! No hay forma ni de hacerlo por Internet ni manera de hablar con un empleado, suponiendo que existan, ni que respondan a la correspondencia. Nadie da la cara, nadie resuelve nada salvo el trámite de facturar un mes más y otro y otro porque quizás la cuenta de resultados de la compañía esté muy achuchada y su lista de clientes en caída libre. No lo sé ni es asunto mío. Tengo entendido que otras empresas de esta catadura hacen lo mismo, con ligeras variantes, pero a mi me faltan referencias personales. Sólo sé que rescindir un contrato de teléfono móvil con Orange, si es que ya está rescindido cosa que dudo, me ha ocupado mucho tiempo, me ha costado dinero puesto que entre tanto, he seguido pagando, y me ha puesto de un humor de todos los diablos contra esta sociedad nuestra, siempre tan protestona y luego siempre tan resignada a tragar con este género de abusos. Me quedo como lección el pataleo en medio de la impotencia, y desde luego, el propósito de no volver a contratar nada con una empresa de servicios que lejos de resolver problemas lo que hace es creárselos a la medida para cada una de las soluciones.

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