Opinión

Cuando la muerte se resiste

Vivimos acojonados temiendo que la parca nos salga al paso, que nos saldrá eso que nadie lo dude, y sin embargo, morirse no es tan fácil como parece y a veces resulta. Hay quien lo intenta y ni a la de tres.Fue lo que la pasó hace unos días a un siberiano en la ciudad rusa de Krasnoyarsk -de la que no puedo decir gran cosa aparte de que hace un frío que pela porque nunca he estado veraneando por allí-, que harto de soportar a este coñazo de mundo que nos ha tocado, quiso despedirse de la vida y por más que lo intentó, de momento ha tenido que quedarse con las ganas. El primer intento fue en su propia casa: se arrojó desde el octavo piso, que es un salto considerable, y nada. La nieve acumulada en las aceras, que debía ser mucha y estar aún blandita, amortiguó el golpe. Cuando ya se creía en los brazos de San Pedro, se percató de que su propósito apenas se había apuntado el pequeño logro de una herida de pronóstico leve en una pierna.Pero su decisión era firme y cuando le trasladaban a la casa de socorro para que le pusieran unas tiritas, observó cerca la vía férrea y un tren que venía de frente. Así que no lo dudó, se abalanzó a los raíles con la ilusión de que el convoy le trocease como a una zanahoria, aunque igualmente sin éxito. El maquinista accionó el freno de emergencia, las bielas chirriaron, los viajeros rodaron entre los asientos, y el tren se detuvo entre nubes de humo justo al lado del cuerpo tendido del suicida. Apenas una de las ruedas le alcanzó una pierna, no consta si la sana o la averiada. Nada especialmente grave tampoco. En el hospital, donde le vigilan las veinticuatro horas, le colocaron enseguida una escayola y le enviaron a su domicilio con el pronóstico de unas semanas de cojera. Salvo, claro, que no haya escarmentado y se mantenga firme en su intento de quitarse de en medio en cuyo caso cualquier día de estos es probable que vuelva a intentarlo, vaya usted a saber si con mejor fortuna. Estas cosas no se pueden predecir.

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