Opinión

Pepiño, con dos…

Coñas, no, señores controladores aéreos. Si no me equivoco, su prepotencia y proclividad a tensar la cuerda está tocando fondo. Pepiño Blanco, el ministro que menos tardó en confirmar expectativas, ha tomado cartas en sus abusos y se apresura a imitar a Ronald Reagan con medidas drásticas para erradicarlos. Estudió a fondo la situación, consideró los flancos de los acuerdos que venían acumulando privilegios sin cuento y sin convenio desde hace años y no ha esperado para cortar por lo sano. Con un par de… No se podrá decir ya que Blanco es un gallego de los que nunca sabes si suben o bajan la escalera. Pasará a la pequeña historia de la política española como el primer ministro que se atrevió con los controladores y su sindicato amarillo. Nadie, salvo algún que otro facha redomado, le discute el mérito a lo que se propone ni valor por intentarlo. Los controladores gozan de pésima imagen en la sociedad y quien más quien menos ya está harto de sus desafueros. Fueron muchos años de utilizarnos a los sufridos pasajeros, de someternos a retrasos y trastornos mil, para conseguir sus reivindicaciones. Tenían en las huelgas de celo, utilizadas a manera de arma en el pecho, una forma eficaz de obtener prebendas a la hora de jubilarse, sueldos millonarios, horas a precio de oro y privilegios que otros trabajadores con enorme responsabilidad nunca soñaron ni ambicionaron. El Decreto Ley que, confiemos, les pondrá en su sitio, sin negarles el mérito y correspondiente compensación por su delicada misión, que lo es sin duda.No será fácil. Aún va a costarnos disgustos y trastornos, pero por lo menos se va a intentar y con el apoyo de todos, que ahora mismo no parece faltar en la opinión pública, acabará consiguiéndose como se logró en otros lugares.Los controladores deberán ser trabajadores bien pagados, pero reyezuelos del aire con derecho de pernada, no. Pepiño Blanco, el ministro de Fomento, se merece un aplauso unánime por intentarlo, sí. Esperemos que no le tiemble el pulso ni que nadie por encima, creyendo que todo el mundo es bueno, le obligue a desistir.

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