Opinión

El control de los niños

Imagino que Pepiño, Pepe, el señor ministro de Fomento don José Blanco, a quien no se le escapa ni esto, ya habrá tomado nota. Durante varios minutos, el tráfico aéreo en el Kennedy de Nueva York, el aeropuerto con más movimiento del mundo, estuvo controlado por niños. Por dos niños que no tenían colegio ese día y el padre los llevó a la torre de control para que no se perdiesen entre los rascacielos y de paso permaneciesen entretenidos echando una mano en las órdenes de despegue y aterrizaje a los aviones. Los pequeños hay que apresurarse a añadir que lo hicieron a la perfección. Su voz infantil sonaba extraña a través de las ruidosas radios de los aviones, los pilotos encontraban extraño aquel tono inusual que les indicaba las coordenadas para la aproximación, pero era lo que había y lo que había parecía sensato y correcto. No pasó nada más allá de la anécdota que sin embargo está siendo difundida con asombro por lo medios y estudiada por la autoridad competente por cuanto tiene de insólito y de arriesgado. Aquí, a muchos kilómetros, alguna conclusión cabría sacar de la experiencia. Si los controladores no ceden en sus exigencias, si no se avienen a firmar un convenio adecuado a profesionales humanos, no a extraterrestres, ya pueden ir tomando nota de la alternativa que les espera. En una de estas se adiestra a unos cuantos niños de lo más despierto de la clase y, ¡ala!, como en los Estados Unidos, a dirigir el tráfico de Barajas. El padre que para evitar pagar a una canguro llevó a sus retoños al trabajo, sospecho que además de arriesgar su empleo hizo un flaco favor a sus compañeros de profesión, la profesión más prepotente y desconsiderada que tenemos incardinada en el sector servicios. Dirigir el tráfico aéreo es complicado y encierra una gran responsabilidad, pero tampoco es como para chantajear a la sociedad con sus exigencias. Si con un poco de asesoramiento externo la pueden desempeñar dos niños, seguramente es que la cosa no es para tanto como se nos quiere hacer creer.

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