Opinión

Los atléticos

El Atlético de Madrid ha dejado por unas horas de ser el pupas del fútbol y acaba de ganar no sé qué campeonato que, según leo, le permite recuperar la gloria en Europa. ¡Qué bien! A mi me alegra, no por el Club, que tampoco concita mis simpatías, pero sí por sus seguidores. Todos los que conozco son buena gente. Otra cosa, la verdad. Nadie como ellos sabe sufrir y mantener su fidelidad a unos sentimientos ajenos por completo a la prepotencia de sus eternos rivales. Es estupendo que en unos días en que quien más quien menos está jodido y triste con el zapaterazo, algunos ciudadanos rebosen de satisfacción y tengan bemoles para ir a Neptuno a celebrar algo. ¡Enhorabuena, hombre! Hombre y mujer, claro, porque también la igualdad llegó al Manzanares y hay mujeres que se plantan la camiseta colchonera y gritan de euforia que da gusto verlas cuando el equipo gana, cosa dicho sea de paso que no ocurre con demasiada frecuencia. En estos momentos de alegría atlética, yo, que la disfruto en la distancia, no puedo por menos de recordar y echar de menos al padre Miguel Alonso, durante varios años director de Radio Clásica, y el único santo vivo que tuve la suerte de conocer. Era un gran músico, un gran compositor, un gran intelectual, una inmejorable persona y sobre todo, un atlético tan exaltado como angelical. Los días de partido anticipaba su misa vespertina unos minutos, la abreviaba cuanto podía, y nada más terminar, se quitaba la casulla y la estola, la reemplazaba por un par de bufandas atléticas y se iba caminando al Vicente Calderón confundido en la hinchada para gritar como el que más, bien es verdad que en los años que le traté muchas veces no tanto por el equipo como contra las tropelías que tanto avergonzaban a los buenos seguidores de Jesús Gil. ¡Lo que Miguel hubiese disfrutado hoy! Las alegrías por la felicidad de los amigos nunca son completas.

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