Opinión

La torre del homenaje

La alcaldesa de cierto pueblo belga pasará a la historia de los vídeos caseros por una coyunda que mantuvo con su chico en una de las torres del castillo de Olite, (Navarra).

La escena es poco pasional: ella no se desprende del teléfono móvil que tiene en una mano, él no se quita las gafas de sol, ambos ni se miran a la cara y en el triquitraque hay poco entusiasmo. Podían haber dedicado mayor entusiasmo, hoy te pueden grabar con cualquier teléfono, o te pueden ver desde una estación espacial mientras limpian los cristales con el Pronto. Ese poco entusiasmo lleva a pensar que no había urgencia si no trámite, y el amor tomado como movimiento de gimnasta es una estupidez que recuerda a la cópula del conejo.

Todo castillo tiene su torre del homenaje y de esa manera lo debieron entender la alcaldesa y su chico, él con las gafas oscuras y ella buscando dónde quedaba Cuenca desde la lontananza. El vídeo es cursi, soso, pero tiene la ventaja de que no dura mucho así que los belgas no pueden presumir de ser buenos amantes. Es casi un trámite parlamentario llevado por la vía de urgencia, una reforma pasional aplicada de manera perentoria. Por no molestar ni un gemido se le escapa a la alcaldesa que vestía de blanco como princesa que acabara de ser rescatada de la almena.

Ahora se entiende esa pasión de algunos por visitar los castillos y recrear el ambiente medieval. Por fortuna España cuenta con una extensa red de castillos bien recuperados en los que las alcaldesas ociosas pueden disfrutar de sus vistas.

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