También en el Vaticano hay topos que espían y filtran información secretísima sólo Dios sabe a quién y a cambio de qué. Ni siquiera su representante en la Tierra, el hombre con más verdades a su alcance, tenía conocimiento de que su fiel mayordomo, el poderoso y discreto Paolo Gabriele — “Paoletto” para los íntimos –, siempre diligente para ayudarle a vestir la sotana y a calzar las sandalias del Pescador y siempre en la sombra del poder espiritual, aprovechaba los momentos de distracción del Pontífice y sus secretarios para sacar fotografías de documentos confidenciales y traficaba con la información que la confianza y el descuido papal ponían a su alcance. Más de un alto funcionario de la Curia estará temblando.
La realidad siempre supera a la ficción y la historia del topo del Papa no la mejora ni John le Carré. Es el problema de tener mayordomo, algo que la mayor parte de los mortales no sufrimos. Hasta el Vaticano está expuesto a traiciones en cuanto el Espíritu Santo se despista un momento y confía en alguien de carne y hueso. “Paoletto” ha pasado de servir la mesa del Sumo Pontífice a convertirse en inspiración para más de un novelista ahora que parecía que el espionaje y la existencia de topos en los centros de poder, tan propio de los años de la Guerra Fría, parecía haberse convertido en Historia.
Habrá que averiguar qué razones o motivos llevaron a Paolo Gabriele a traicionar la confianza de su jefe espiritual y temporal. De momento hay una que nadie podrá poner en duda: la condición humana es la que es, por lo menos aquí en la tierra y vaya usted a saber si incluso en el cielo. Hay quien asegura que el Vaticano, tras sus muros infranqueables, es un centro de intrigas palaciegas con la Guardia Suiza arbitrando miradas condescendientes. De los cardenales se ha sospechado casi siempre, pero del mayordomo del Papa nunca. Esta es la primera vez, por lo menos la primera vez en que alguien del más acá ha caído en la cuenta de que detrás de su sonrisa angelical, puede ocultarse un espía como los de antes.
