Opinión

El bocata del verano

Los hosteleros intentan paliar la crisis económica estrujándose la sesera para abaratar los menús del día, pero la estrella gastronómica del verano que da sus últimas boqueadas han sido los bocatas, sin lugar a dudas, afirmo. Los viejos bocadillos, a base de bollo de pan con algo sustancioso en el medio, se han reconvertido en bocatas y triunfan en chiringuitos, acampadas playeras, excursiones al río del pueblo y hasta en los botellones, cada noche menos surtidos de bebidas caras.

La crisis, la puñetera crisis que además de tozuda ha venido para quedarse a vivir con nosotros, está cambiando nuestros hábitos, el primero el de las comidas. Las sufridas amas de casa ya no miran el euro en el supermercado, como se decía antes, ahora miran el céntimo cada vez más amenazado por la austeridad decretada contra toda promesa electoral por Mariano Rajoy. Pero al mismo tiempo la crisis nos está ofreciendo la resurrección del bocadillo de calamares en forma de bocata.

Bienvenido sea y bueno que está el bocata, de calamares como le gustan al dios de los fogones Ferrán Adriá, que guisa unas cosas muy caras y disfruta comiendo las fritangas más baratas, de calamares, digo, o de lo que sea. A mí, cuando era pequeño, me gustaban los bocadillos – entonces aún no se había inventado la palabra bocata — de anchoas y los comía a escondidas porque a mi madre que ingiriese tanta sal no le gustaba. Pero comprendo que tampoco están mal los de chorizo, sobre todo si el chorizo es bueno o los de jamón, claro.

Unos amigos que acaban de hacer un viaje por la Europa profunda me contaban que a la vista de los precios que rigen por ahí afuera, tal y como aquí adentro, los almuerzos los hicieron a base de bocatas confeccionados artesanalmente a bordo del coche. Pero, siempre hay un pero, el pan del otro lado de los Pirineos no les acabó de convencer. El pan para bocatas, me decían la mar de convencidos, tiene que ser español, hecho con trigo nacional. A ver si aprenden a amasarlo, coño.

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