Más o menos...

Hace falta un suelo para el precio de la deuda pública española

Será antes o después, en el presente o en el futuro, más o menos cercano, pero algún día tendrá que explicar el presidente del Gobierno Mariano Rajoy, aunque sólo se enteren nuestros tataranietos, los motivos de su militancia diletante a la hora de abordar algunos asuntos urgentes como los que atañen a los vaivenes que registra en los mercados el precio de la deuda pública española.

Solucionar ese espinoso problema resulta fundamental y habría que saber porque el político gallego más gallego de la historia no se pone a la tarea de llegar a un acuerdo inmediato con las autoridades de la Unión Europea que sirva para establecer un suelo definitivo y consolidado en el precio de los bonos del Tesoro español que, por consiguiente, fije también una rentabilidad estable para la deuda a diez años, la referencia establecida en los mercados para calcular las primas de riesgo y reflejar la solvencia que los inversores le atribuyen a un país.

No estamos hablando de cuánto dinero va a desplazar hacia España el Banco Central Europeo (BCE) para ayudar al reflotamiento de la economía, ni de la cantidad final que va a utilizarse de la línea de crédito de 100.000 millones de euros, aparentemente disponible, para limpiar el sistema financiero. Un dinero que, por cierto, ni ha llegado, ni se sabe cuándo llegará, a pesar de que España ha realizado ya tantos o más ajustes en su economía como los que realizaron Portugal o Irlanda, después de recibir la financiación prometida.

Es más simple. Sólo se trata de dejar claro, a quien tiene que saberlo que existe una cifra frontera, por encima de la cuál no va a situarse en ningún caso la rentabilidad del bono a diez años español. Sin esa guía, casi nada es posible, porque no hay subyacente, ni aval, ni activo que soporte una caída constante e imparable del valor que le atribuye.

Es decir, que sin ese suelo de la economía que pueda servir para que cada elemento de la arquitectura de precios encuentre su ubicación adecuada, ante la depreciación y el constante peligro de deflación en el coste de las viviendas, por ejemplo, la recuperación económica pretendida es, poco menos, que imposible de lograr.

Y no es lo único que peligra, porque el problema es que España se ha convertido en el eje de la batalla que libran los especuladores contra la UE con la intención de tumbar al euro y embolsarse la inmensa recompensa que supone, en términos de beneficios y de reputación en los mercados, alcanzar ese objetivo histórico. Así que, como decíamos al principio, más nos vale a todos que Rajoy consiga forjar con el resto de los líderes europeos ese pacto indispensable cuya transcendencia e importancia es mucho mayor que la que puede tener el famoso ‘rescate suave’ del que tanto se habla.

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