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Otra de Merkel

Esta semana se ha producido un hecho sustancial que condicionará el futuro de las finanzas internacionales. El principio de acuerdo para la futura constitución del supervisor bancario único europeo. Un pacto, una vez más, marcado por la intransigencia de Alemania y de su canciller Angela Merkel.

Si bien, como es moneda común en el acervo comunitario, lo conocido hasta ahora se trata solamente de un primer enunciado, donde faltan los detalles, esa parte verdaderamente importante del acuerdo, quizá sin concretar aún, y que sólo será conocida cuando se produzca el correspondiente desarrollo reglamentario. Y ese será, sin duda, otro proceso difícil que se prolongará durante meses.

Pero, en está última Cumbre de Jefes de Estado de la UE, ha vuelto a quedar meridianamente claro que Merkel busca, y disfruta, las demostraciones de poder y control que suele realizar en los cónclaves europeos. Cierto que lo más probable es que estas exhibiciones deban ser leídas en clave interna, sobre todo ahora, que la líder democristiana tiene la vista puesta en las elecciones del próximo mes de septiembre en las que va a buscar la reelección.

Y ese brillo obtenido con sus triunfales campañas exteriores puede compensar la situación económica prevista para el país teutón durante los próximos meses que no va a ser muy boyante, según parece. Entre otras cosas, por la deficiente y suicida gestión económica que los actuales dirigentes alemanes han obligado a aplicar en el resto de Europa. Sobre todo en esa periferia en crisis a la que la medicina alemana ha hundido todavía más.

En está última demostración de dominio, la gran Alemania que manda en Europa ha vuelto a supeditar el futuro del gran proyecto continental a los intereses electorales de Merkel. De modo que la verdadera puesta en marcha de esa autoridad de supervisión de la que hablábamos al principio, no tendrá lugar hasta después de esos comicios en los que la canciller se juega su futura y, además, tal y como siempre pretendieron los políticos teutones, las cajas del país quedarán fuera del control del BCE, lo que aumenta los más que fundados temores que existen sobre la profundidad de los problemas que estas entidades pueden tener en sus balances.

Y esta es, una vez más, una posición arriesgada para toda la UE y para Alemania que sólo puede producirse gracias a que en la arquitectura incompleta del euro faltó desde el principio la dosis necesaria de comunitarismo fiscal que evitase la preeminencia por defecto de la mayor economía continental en el necesario juego de equilibrios.

Pero es posible que los continuos desplantes de la canciller y los desperfectos que provocan en la política del resto de sus socios comunitarios acaben por pasar una elevada factura política y también económica a Alemania, que depende mucho más del resto de la UE de lo que parece estar dispuesta a reconocer.

La social ya han empezado a pasársela, como demuestra el hecho de que en estos momentos es un empeño casi imposible encontrar a un sólo ciudadano de los países del sur de Europa, dispuesto a hablar bien de Angela Merkel.

Además, conviene no olvidar que la historia es larga y acostumbra a ser inclemente con quienes rompen unas mínimas reglas de equilibrio. En un pasado reciente, Alemania sólo pudo conseguir su ansiada reunificación alemana gracias al apoyo solidario, o al menos silencioso, de las demás naciones de la eurozona, que aceptaron unos tipos de interés bajos que a la larga les han resultado perjudiciales para permitir a los germanos llevar a cabo su plan.

Ahí se asentó hace 20 años, la actual firmeza, que no fortaleza, de la economía alemana que, por lo tanto, mantiene una deuda evidente con sus socios. Con esos mismos que ahora tienen problemas serios. Las clases política y las sociedades tan olvidadizas como la alemana suelen tener problemas al final y se ven obligadas a pagar costes muy elevados por su amnesia selectiva.

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