Más o menos...

Viejo, deja ya de joder con la pelota

Niño, deja ya de joder con la pelota. ¿Recuerdan? Esa frase célebre, que ya forma parte del imaginario colectivo, fue acuñada por Joan Manuel Serrat en 1981, en la canción ‘Esos locos bajitos’. Un tema que formaba parte de su álbum ‘En tránsito’, editado en 1981 y que le sirvió para entrar con fuerza en aquella nueva década prodigiosa. Hoy, más de dos décadas después, quizá la famosa letra necesitaría algunos cambios para adaptarse a los tiempos que corren.

No es que exactamente, Serrat hablará de ello, pero aquel adulto que buscaba un poco de paz e intentaba conseguir que su hijo se estuviera quieto, era el ciudadano de un mundo en progreso constante. Alguien que estaba convencido de que el inquieto futbolista que le molestaba, y a quién tanto quería, iba a tener un futuro próspero por delante. Una vida mejor que la de su antecesor. España avanzaba a una velocidad de vértigo y a la juventud de la época, iba a bastarle con hacer aquello que estaba escrito en el guión para conseguirlo todo.

Un guión, por cierto, del que la educación, la formación y las oportunidades de trabajo formaban parte y en el que también aparentemente estaba escrito que quienes más se esforzarán iban a llegar más lejos. Por eso, lo que se esperaba de aquella juventud era una cierta sumisión a un sistema que iba a proporcionárselo todo e iba a asegurarles la democracia y la libertad de un modo inédito en este país y que ninguna otra generación del siglo XX había llegado a conocer desde el mismo momento en que nació.

Y eso fue así. Durante un tiempo, más o menos largo. Hasta que dejó de serlo. Hasta que llegó una generación, la actual, a la que sus mayores parecen decididos a robárselo todo. Desde el futuro, al estado del bienestar y a las oportunidades. Una generación que contempla atónita como, tras haber cumplido estrictamente su compromiso, no va a obtener nada de aquello que se supone tendría si realizaba el esfuerzo que se le pedía. Son esos licenciados que buscan trabajo en el extranjero y esperan que amaine para volver algún día. Aunque quizá no lo hagan nunca porque si quieren disfrutar algún día de una pensión de jubilación no parece que esa eventualidad vaya a ser posible en España.

Y, detrás de ellos, hay otros que, si cabe, aún lo tienen peor. Son esos estudiantes de enseñanza media y de los primeros cursos universitarios que han ocupado las calles para protestar contra la reforma de Wert. Ellos, tal vez, ni puedan optar por buscarse la vida fuera del país. Al menos con el activo favorable de una formación de calidad. Ellos sólo ven cómo las implacables tijeras de quienes diseñan su futuro, les dejan sin becas, sin profesores de apoyo, sin aquellos erasmus que les tendrían que haber permitido viajar para aprender.

Ellos empiezan a ser conscientes de que se les aboca a un futuro en el que tendrán que trabajar muchas horas por sueldos miserables, mucho más allá del periodo de formación habitual de sus hermanos mayores. Que se les podrá despedir sin que tengan derecho alguno a nada y que no tendrán pensión, o si la tienen, no les permitirá pasar una vejez tranquila, porque será escasa y no estará completamente asegurada.

Ellos, por lo tanto, no tienen más remedio que lanzarse a la calle a protestar. A luchar para que ese panorama que se vislumbra en el horizonte, esa amenaza, no llegue a materializarse. A decirle, por lo tanto, a quien corresponde, parafraseando a Serrat, a gritar si hace falta: viejo, deja ya de joder con la pelota.

Y, en verdad, que los viejos deberíamos hacer lo que nos piden. En especial, esa prensa conservadora que, en los últimos días, se ha dedicado en editoriales e informaciones sesgadas a demonizar la lucha de los líderes del movimiento estudiantil, a cuestionar su legitimidad y a exigir a esos muchachos que hacen un legítimo uso de su derecho a luchar para escapar del mundo terrible que se está diseñando para ellos.

Más información