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Rajoy y Rubalcaba versus Cánovas y Sagasta

El pasado miércoles, en el acto central del Debate del Estado de la Nación, se cumplieron todos los pronósticos de los menos optimistas. Rajoy y Rubalcaba, dos líderes gastados, cada uno con sus propios problemas, jugaron su papel: Cada uno fue a lo suyo, a defender sus intereses y protagonizaron una exhibición perversa de egoismo político que volvió a situarles, una vez, más en un territorio baldío, situado a años luz de las preocupaciones de los ciudadanos.

Parece como si esa empalizada que rodea al Congreso de los Diputados, hubiera convertido al edificio donde reside la soberanía popular en una suerte de ‘Fort Apache’, donde al aislamiento puramente físico que proporcionan los andamios, se hubiera unido, de alguna forma, la formación de una burbuja protectora, intelectual y moral que impide a estos dos políticos enterarse, o, mejor, darse por enterados de lo que pasa en la calle.

Y, de este modo, ninguno de los dos líderes que, en teoría, representan a la mayoría que gobierna el país, y al partido que debería asegurar esa sana alternancia en el poder características de las democracias de calidad, se sintió ni siquiera obligado a presentar ante sus votantes, una mínima propuesta de futuro que permita entender a la ya castigadísima población cuál es su hoja de ruta para buscar la salida de la crisis, que sólo habrá terminado cuando el país sea capaz de generar empleo, o a decir cómo piensa conseguir que España deje atrás definitivamente la deprimida situación en que se encuentra.

Tampoco, y era de esperar, ni el presidente ni el líder de la oposición dieron respuesta a las incertidumbres y sombras que convierten la corrupción en una característica propia y casi definitoria de la clase política española. Más allá de unos compromisos evanescente que regularían la actividad en el futuro, como si ese sucio presente en el que el PP está ahora envuelto, o los escándalos que afectan al PSOE o a CIU, que están vigentes ahora mismo en investigaciones judiciales en curso no tuviera la más mínima importancia.

Para el anecdotario ha quedado la actitud de Rajoy, acosado y señalado por las sospechas que se ciernen sobre su la financiación de su partido y hasta su propia honradez que se negó incluso a nombrar a Bárcenas, el ex tesorero de los sobres, sobres cuyas actividades ilegales cada vez crecen más las certezas, aunque sea la justicia quien tiene que dirimir lo que corresponda sobre sus posibles conductas delictivas.

Y también la postura de Rubalcaba, un líder sin aliento y cada vez más cuestionado en su propio partido, que no hizo tampoco ningún esfuerzo por definir otras fórmulas de enfrentarse a la crisis, a través de ofertas políticas suceptibles de ser interpretadas como apuestas esperanzadoras para el futuro.

Nada de eso. Fueron dos políticos que se sentían confortables instalados en una especie de retorno al pasado que recordaba los terribles años de siglos muy lejanos, cuando el conservador Antonio Cánovas del Castillo y el liberal Práxedes Mateo Sagasta interpretaban en ese mismo escenario una suerte de coreografía de la alternancia, ajena también a los problemas de una sociedad que en aquel momento también se deshacía a ojos vista.

Un paripé político, en el que, desde luego, y como ahora, una ciudadanía indignada se sentía golpeada por el escaso respeto del que era objeto y por la ignorancia sistemática de sus intereses. Aunque hay algunas diferencias, un siglo después de aquel antecedente de triste recuerdo, el viejo telégrafo y su forma lenta de difundir la información, ha dado paso al WhatsApp. Y eso representa una diferencia sustancial entre aquel escenario y este. Tanta que ni siquiera la muralla protectora que Rajoy y Rubalcaba han situado en el exterior del viejo edificio de la Carrera de San Jerónimo va a servirles de nada si persisten en calentar una y otra vez los ánimos de una población que esta cada vez más harta de sufrir para nada y a la que hace tiempo que dejaron de bastarle las palabras vacías con que el presidente del Gobierno y el líder de la Oposición insultan a la inteligencia una y otra vez.

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