Más o menos...

Una de soledades

Los pronósticos se han cumplido. A día de hoy, Rajoy y Rubalcaba parecen encontrarse cada vez más solos. Incluso aislados. Aunque en el caso del secretario general del PSOE esa soledad sea absoluta y, en cambio, la del presidente del Gobierno, de momento, aún es relativa.

Al líder del PP le beneficia el hecho de ser el inquilino de La Moncloa. Tiene poder, puede repartir y por eso sus mesnadas son más amplias que las de su rival. Pero esas circunstancias tienen fecha de caducidad y el escudo que aún le protege se irá debilitando, según se acerquen las próximas citas electorales.

Sobre todo porque su particular estrategia política, que combina la inacción con el mutismo, ha tenido una contestación nada despreciable de una sociedad que se siente engañada. Y los populares empiezan a darse cuenta de lo que pasa gracias al goteo incesante de encuestas en las que su intención de voto se reduce a ojos vista.

Y no es cierto que pueda servir de consuelo el hecho de que sus rivales históricos pierdan apoyo a mayor velocidad todavía. Por mucho que el ‘entorno’ de Rajoy parezca satisfecho con la incapacidad del enemigo para crecer en un momento en que el Ejecutivo está casi indefenso.

La comparación favorable, puede servir de puertas para afuera, pero a la hora de la verdad, en clave interna, ese desplome tiene otras lecturas. Y no son buenas para el todavía presidente del Gobierno.

Lo que entienden buena parte de los militantes y cuadros medios del PP es que la sangría de votos es imparable. Y que habrá menos diputados. Y menos cargos para repartir. Que si, nada cambia, la posibilidad de que el partido vuelva a gobernar en solitario casi no existe.

Y parece bastante probable, incluso, que se pierda poder local y regional. Lo que convierte a los barones autonómicos en los más firmes candidatos a darle el primer toque de atención al presidente del Gobierno. Aunque se les haya adelantado la sin par y olvidadiza Esperanza Aguirre, cuyos deseos de más recortes y menos sector público no van a tener demasiado eco en el partido.

Más bien, las quejas se desarrollarán a lo largo y ancho de la negociación entre el Gobierno central y las autonomías para fijar los objetivos de déficit. Un tema verdaderamente complicado para Rajoy con las peticiones de Cataluña como telón de fondo. Aunque peor lo tiene Artur Mas después del fracaso cosechado en esas elecciones anticipadas que convocó sin mucha reflexión previa.

Cataluña y las ‘desobediencias’ del PSC en torno a la cuestión soberanista tampoco son un plato de gusto para Rubalcaba, evidentemente. Sobre todo, porque estas discrepancias demuestran que no es él quien manda ahora en el partido. Y que su ‘entorno’ ha desaparecido por completo y se reduce a los cuatro leales que le rodean.

De hecho, en el PSOE ya no parece haber una estrategia común. En medio del desastre cada tendencia campa por sus respetos sin ninguna dirección. Y quizá este veterano político haya perdido una oportunidad de oro para pasar a la historia como el hombre que salvó al partido de un destino incierto tras los destrozos provocados en este histórico partido por Zapatero.

Podría haber sido así, si Rubalcaba hubiera organizado un Congreso en el último trimestre del año pasado. Entonces tenía margen para controlar las ponencias políticas y hasta el tránsito de los candidatos que aspiraban a sucederle. Ahora, simplemente es imposible que sea así, porque el PSOE corre el riesgo de convertirse en una fuerza política irrelevante.

Y, mientras Rajoy y Rubalcaba se mantienen ensimismados, sigue sin haber señales de una posible reactivación de la economía y España está a punto de volver a perder el tren y quedarse fuera de este pacto contra el ‘austericidio’ alemán que parecen haber forjado Francia e Italia.

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