En Bruselas están alarmados al parecer ante la evolución galopante del paro en España. Y no es para menos, a la vista de los datos. Ya tardaban en caerse del guindo o de abrir los ojos los expertos de la Comisión. Así que como el que no quiere la cosa, ahora exigen al Gobierno de Mariano Rajoy, que nunca se sabe si está o se le espera, que adopte medidas urgentes para frenarla, lo cual está muy bien y seguro que lo suscribiríamos casi todos si semejante propuesta todavía no nos resbalase. Porque la realidad es que nos resbala al observar que al mismo tiempo desde la misma Comisión se siguen pidiendo a Madrid más recortes y más apretones de tuerca a la austeridad.
Es decir, por un lado se quiere que se reduzca el número de funcionarios, que se rebajen los salarios, se encarezcan los servicios, se aumenten los impuestos y se arbitren mayores facilidades para que las empresas puedan despedir a sus trabajadores, y todo sin sumar más desempleados. Quien lo entienda que lo compre. O sea, se pide o se exige que la gente reduzca su capacidad adquisitiva y al mismo tiempo que consuma más, porque esa sería la única manera de que se reactive la economía y se generen nuevos puestos de trabajo en la producción, en el comercio y los servicios.
No parece que se haya inventado todavía la forma de conseguir semejante cuadratura del círculo: apurar la austeridad, estimular la pobreza y aumentar la austeridad. Bruselas en particular y la troika – la UE, el BCE y el FMI – desde su omnipotencia hace tiempo que nos imponen incongruencias que dan risa pero que luego nos tienen como nos tienen. Para empezar no estaría de más que afinen mejor sus datos y previsiones para acabar de una vez con la disparidad de porcentajes, imposibles de creer, que nos proporcionan un día sí y otro justo al contrario. Y luego, por favor, que revisen sus recetas y se aclaren, aunque eso da la impresión de que más que difícil debe de resultarles imposible. ¡Qué fácil debe ser dictar la suerte de los demás desde un despacho de cristal desde Bruselas!
