Copiar en los exámenes está mal, ya se sabe, pero algo debe de tener bueno cuando es una costumbre universal que el paso de los años no destierra. En Arabia te cortan una mano a poco que se alargue demasiado para alcanzar lo ajeno, sin embargo copiar en los exámenes no parece que sea un delito que el Corán castigue con dureza. Copiar en los exámenes está mal, ya se sabe, pero algo debe de tener bueno cuando es una costumbre universal que el paso de los años no destierra. Y es que muchas veces los estudiantes se esfuerzan tanto para copiar, hacen tanto esfuerzo mental para conseguirlo, que sólo por eso bien merecerían ser aprobados.
El otro día un caballero de Arabia Saudita, y por eso traigo tan rico país a cuento, acudió al otorrino muy preocupado porque de pronto había empezado a sentir dolores, primero en el oído, luego en el cuello y ya en el pecho, que conforme pasaban las horas se volvían más intensos e insoportables. Se asustó, claro, pensando que era algo grave, tal vez un tumor o alguna dolencia cerebral. Menos mal que el médico enseguida se percató de que la causa no era tan alarmante.
Después de hurgar con las pinzas por la oreja adentro, de pronto el doctor se encontró con ¡un papel! El médico estaba acostumbrado a extraer de los oídos infantiles alubias empezando a germinar y canicas de cristal empañadas en cerumen. Pero un papel, nunca. Era un rollito de papel que al ser recuperado resultó que no era un papel cualquier, era ¡una chuleta! El hombre, aliviado de dolor y susto, confesó la verdad.
Era una chuleta que él había ocultado dentro del oído donde esperaba que el profesor no la descubriese. Eso había ocurrido hacía veinte años y con los nervios del examen se le había olvidado recuperarla. Lo sorprendente es que dos décadas después, todavía conservaba bastante legibles las anotaciones que había hecho. Lo que no recuerda es si finalmente el truco le permitió aprobar la asignatura. En cualquier caso no quiere que su nombre trascienda, no vaya a ser que le invaliden el título académico.
