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‘Lazaretto’, un disco de Jack White

Lazaretto, un disco de Jack White

El antiguo líder de White Stripes lanza un contundente segundo disco en solitario, vibrante pero con pocas sorpresas. I Think I Found the Culprit by Jack White on Grooveshark

Si hubiera una disputa por el trono entre los nuevos ‘guitar heroes’ del siglo XXI, Jack White, sería un firme candidato a la victoria. Este tipo es un virtuoso y un ratón de biblioteca. Ha estudiado a sus antecesores y maneja con soltura todas las disciplinas: el blues, el folk, el hard rock y las carreras por el mástil. Un prodigioso instrumentista que se sabe todos los trucos y tiene todos los discos. Los de vinilo… y hasta los de pizarra.

Y, además, como demuestra en ‘Lazaretto’, su segundo álbum en solitario, tanta sabiduría no sitúa a sus propuestas sonoras en el seno de lo puramente académico y ‘vintage’. ¡Por Tutatis que no, amigos! Los ‘riffs’ de White son secos, afilados y desprenden fuego, aunque su extraño corte de pelo, demasiado ‘indie’, todavía despierte suspicacias entre los rockeros más clásicos.

Pero, fuera de esos problemas de sintonía estética, hace tiempo que los chicos aguerridos han empezado a amar a este guitarrista al que se puede escuchar sin que nadie te acuse de estar anclado en el pasado. Por lo menos todavía. Sin embargo, a medida que se desprende de la piel de ingenuo chavalillo guitarrero y ‘trendy’ que le hizo famoso allá por el año 2000 al frente de los White Stripes, también se deja algunos seguidores por el camino.

Lógico. Sus viejos ‘fans’, las hordas juveniles que le encumbraron hace unos lustros ya, querrían volver a Meg White sentada en la batería. Como en aquellos dulces tiempos en que ellos eran dos y todos los demás menos calvos, más ingenuos y estaban convencidos de que iban ganar mucha pasta cuando terminaran la carrera de económica y empezaran a trabajar en Goldman Sachs.

Cierto que la muchacha, más intelectual de lo que aparentaba, no era una instrumentista brillante. Pero sí sabía llevar el ritmo. Entre otras virtudes, Además era guapetona (su presunto video porno fue uno de los primeros fenómenos virales de la Red en dura competencia con las piezas canónicas de Paris Hilton), le gustaban los temas cortos , se había aprendido de memoria el libro de recetas de los Ramones y, sobre todo, rebajaba los humos a un Jack demasiado propenso a los solos interminables, que ya apuntaba maneras de querer convertirse en el Jimi Page de esta época.

Ahora, White va a conseguirlo, sin duda, aunque haya perdido algo de frescura y las mejores críticas que reciben sus discos lleguen desde los medios especializados en rock para adultos mientras, que sus viejos apoyos, las páginas webs modernas sólo le puntuann con un siete y pico en el mejor de los casos. Pero eso no debería ser un problema para alguien con posibilidades serias de llenar muy pronto unos cuantos estadios a lo largo y ancho del planeta.

Tiene clase y se ha rodeado de un grupo de músicos de colmillo afilado, potentes y expertos a la vez que saben seguir con competencia sus pautas. Así que lo tiene casi todo. Quizá sólo le falten un par de grandes canciones que hagan historia para tirarle de las barbas al mismísimo Eric Clapton.

Aunque en este ‘Lazaretto’ hay muchos temas de alto voltaje, sin duda, por mucho que falte esa melodía memorable y pegajosa capaz de conquistar a todos los públicos. El disco se puede difrutar muchco. Ya desde el principio, desde ese ‘Three Women’, versión libérrima de un clásico del ‘bluesmen’ Blind Willie McTell, en el que pueden escucharse ecos de algunos grupos clásicos de los setenta como Free, Humble Pie o los primeros Whitesnake, cuando acierta o del Lenny Kravitz más manierista, cuando se pierde.

Aunque quizá White preferiría ser Richard Thompson, como demuestra en ‘Temporary Ground’, mi canción favorita del disco por ahora, donde realiza una aparición estelar la violinista y cantante Lillie Mae Rischie que se ha ganado pulso el corazón de la parroquia, por ejemplo, con su fantástica intervención en el tema que da título al álbum.

Rischie trae a los veteranos el recuerdo imborrable de Scarlet Rivera, aquella violinista que acompañaba a Bob Dylan en la gira Rolling Thunder Revue de 1975 y a la que muchos de ustedes, incluso los más jóvenes habrán escuchado, por lo menos, en ‘Hurricane’, el tema que el genial judío dedicó al boxeador negro ‘Huracán Carter, injustamente encarcelado por un crimen que no cometió.

La violinista no es la única presencia femenina notable en la nómina de músicos de este disco. Está también Maggie Björklund, una guitarrista danesa que toca la ‘steel guitar’ como nadie y cuya intervención en ‘Entitlement’ es toda una lección de elegancia y poderío.

Un buen disco, por lo tanto, que a pesar de haber conseguido escalar hasta el número uno de las listas estadounidenses aún no va a convertir a White en el gran fenómeno global que está llamado a ser. No, mientras se le resistan las parroquias de algunos grandes países europeos donde, a pesar de ser conocido, sus rivales de siempre los Black Keys de Dan Auerbanch, parecen haberle tomado la delantera.

En España, por ejemplo, tras cuatro semanas en lista no ha conseguido pasar del número 19. Demasiado poco bagaje para un país como este en el que los guitarristas de corte clásico, desde Mark Knopfler al mencionado Clapton, son adorados por una parroquia incondicional que aún no parece haber reparado en las posibilidades de White como ídolo de refresco.

Aunque eso tiene fácil arreglo, si el chaval se emplea a fondo y prodiga en el Viejo Continente su poderosa presencia sobre el escenario donde, empuñando una ‘telecaster’ de toda la vida, tiene capacidad, recursos y presencia suficiente para retar a cualquier otro campeón de las seis cuerdas que quiera enfrentársele y hacerle morder el polvo. Quizá con eso sea suficiente. Sobre todo si a la vez se decide por fin a cambiar de peluquero.

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