Desde el malecón

El extraordinario poder de la cola del perro en Cuba

Primero comer; después, lo otro, dirán algunos.

Perro caliente

Si en su momento, gracias a la ciencia ficción, los marcianos paralizaron la tierra, en la Cuba de hoy se puede detener indefinidamente en el tiempo por colas o filas donde se intenten adquirir los llamados perros calientes. Muy codiciados no por su calidad, sino por algo más importante todavía, la necesidad.

Menos de origen nacional, pueden arribar desde cualquier confín de este mundo. Entiéndase México, Canadá, España y hasta de la mismísima Conchinchina. Unos mejores que otros, pero perros de punta a rabo que pueden sobrepasar el destino de merienda o refrigerio para convertirse en plato fuerte cuando “ladren” en un arroz amarillo o en tortilla de tres huevos para toda la familia. En pocas palabras, categoría de hit parade.

Una importante funcionaria en determinada entidad gubernamental en el nivel municipal detiene la atención al público porque en la tienda de la esquina habían sacado los famosos “perritos”. Agarra su bolsa y en estampida similar a una emergencia de incendio, sale despavorida hacia la calle.

Por su parte, un mecánico de esas bombas de agua que surten el líquido a todo un edificio multifamiliar, al menos tiene la decencia de informarle al cliente que espera, que “tengo el número 23 en la fila. Regrese, por favor, en unas dos horas.”

Y menos mal que tal frenesí no ha llegado a un quirófano donde hipotéticamente la enfermera le sopla al oído del cirujano que en el centro comercial frente al hospital ha llegado también el cargamento de perros y que el paciente aguarde con media panza abierta a que ellos recurven con el botín.

Los canes, según los entendidos, mueven la cola en sentido de agradecimiento o alegría. Estos de ahora que vienen congelados y en apretada doble fila, la mueven de otra forma y de manera muy preocupante, con poder neuroparalizante en cualquier esfera de los servicios públicos.

Primero comer; después, lo otro, dirán algunos.

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