Detrás de la cortina

El nacionalismo de las ‘confluencias’ debilita a Podemos

Las reivindicaciones y líneas rojas impuestas por las alianzas regionales se convierten en una rémora para el partido de Pablo Iglesias. Digámoslo ya, aún a riesgo de que algún amable lector no piense lo mismo que yo. La actuación de Pablo Iglesias en los dos debates en los que se ha articulado la investidura fallida del candidato a la presidencia del Gobierno, el líder socialista Pedro Sánchez no ha estado a la altura de lo que se esperaba de él. Al ‘jefe’ de Podemos, le sobran telecomedias, perros y flautas y le falta rodaje. Mucho más del que uno podría creer inicialmente.

Tanto que se ha metido el sólo en la trampa, primorosamente preparada para él, en la partitura estratégica escrita con mimo por quien aún parece ser la única cabeza pensante que le queda al a PSOE en su descenso a los infiernos, el siempre polémico, cuestionado y cuestionable, Felipe González, que será muchas cosas buenas o muchas cosas malas, según la identidad del politólogo encargado de hacer el análisis, pero que ha sido y es un tipo listo. Un verdadero animal político. Y a la hora de admitir eso, créanme, hay un consenso generalizado que agrupa a amigos y enemigos del expresidente del Gobierno.

Iglesias ha caído como un niño de pecho en una trampa tan visible que parece imposible que un líder como él se haya dejado enredar en ella. Quizá le sobren humos y le falte humildad. Ahora toca jugar en primera división y ya no valen las triquiñuelas que funcionan en los medios. Los rivales que tiene enfrente no son Eduardo Inda y va a tener que estudiar y entrenar mucho más si quiere convertirse de verdad en ese líder que la izquierda española, o ‘los de abajo’ si prefieren decirlo así, necesitan con urgencia.

Y, en mi opinión, lo primero que tiene que aprender a toda velocidad es que no le conviene jugar un partido bronco, de terrenos embarrados y ‘patadones’ a seguir. En ese tipo de juego lo tiene todo perdido. Entre otras cosas, porque dejan de visualizarse los verdaderos motivos, que los hay y son muchos, por los que resulta imposible en este momento contribuir a que Pedro Sánchez llegue a La Moncloa.

El problema no es Albert Rivera ni tampoco su partido. Para Podemos , que lleva casi dos años con la defensa a ultranza de que en este momento la dialéctica ‘derecha-izquierda’ está superada, no tendrían que existir los vetos ideológicos, porque no tienen sentido y desactivan la potencia de cualquier posible crítica.

El problema es el pacto de Gobierno que han suscrito PSOE y a Ciudadanos , porque en la parte que verdaderamente le importa a la población, aquella que tiene que ver con la política económica y las relaciones laborales, es una edición corregida y aumentada del libro de estilo que ha guiado los pasos del PP a lo largo y ancho de la devastadora legislatura en la que ha ocupado el poder dirigido por el sin par Mariano Rajoy .

Es cierto que, a fuerza de cambio de ciclos, programas de compras de deuda realizados por el BCE y el brutal ajuste realizado a costa de los salarios y las subidas de impuestos a los infelices con nómina, la economía ha hecho un pequeño amago de reactivación y se han creado algunos puestos de trabajo. Pero, la cantidad es insuficiente, como demuestra una tasa de paro aún situada el entorno del 20% y un ejército de desempleados que aún supera, y muy holgadamente, los cuatro millones de reclutas. Y, encima, esos escasos frutos tienen como característica común la precarización del empleo y unas retribuciones con las que resulta casi imposible que alguien se gane la vida.

Hay muchísimos análisis disponibles sobre este asunto, algunos incluso emanados por colectivos, como Economistas Frente a la Crisis, en los que militan antiguos altos cargos socialistas y a los que siempre ha sido muy cercano, Manuel de la Rocha, el antiguo asesor de Pedro Sánchez que se ha quedado sin escaño en esta legislatura por culpa de algún fichaje de última hora para la lista madrileña. Ya saben, la muy cuestionada por las bases Irene Lozano, rescatada del naufragio de UpyD.

Así de simple. No se puede apoyar el pacto suscrito entre PSOE y Ciudadanos porque no va a solucionar los problemas de las clases medias y populares, ni va a fortalecer el estado del bienestar, ni va a poner remedio a la creciente desigualdad. Más bien al contrario. Y eso es así, según muchos análisis eruditos, por mucho que incluya alguna que otra medida de corte social, en las que más que justicia para los desfavorecidos, lo que se ofrece es ‘caridad’ y cuidados paliativos.

Además, con las medidas económicas que incluye este acuerdo, lo que sí sucede es que se consagran y consolidan, tendencias peligrosas como la desactivación del poder de la negociación colectiva que, hasta no hace mucho, el PSOE había criticado y se había comprometido a cambiar.

Para justificar un voto negativo a la investidura de Pedro Sánchez a Podemos no hubiera necesitado ningún argumento más. Ni abonarse a los culebrones televisivos, ni recordar el pasado, más o menos glorioso, de un líder amortizado como Felipe González. De hecho, esa parte del acuerdo, es la única que realmente interesa preservar a los verdaderos ‘amos’ del poder en España.

Todo lo demás es matizable. Incluso aquello que se invoca como inamovible, ya sean reformas constitucionales o preservaciones sobreactuadas de una unidad de España que sólo los nacionalismos exacerbados han puesto en peligro.

El astuto estratega que es Felipe González, sabedor de estas consideraciones y dispuesto a hacer una vez más su trabajo, ha diseñado un marco, que aún se mantiene en vigor, en el que estos asuntos han pasado a un segundo plano, sepultados por una tonelada de palabrería sobre regeneraciones institucionales, encajes, vieja y nueva política, supuestos mandatos de los españoles y otras zarandajas.

Pero por mucho que haya cientos de analistas y una buena cantidad de políticos dispuestos a ‘traducir’ la voluntad expresada por los españoles en las urnas, es bastante dudoso que los españoles quieran algo distinto que tener la oportunidad de ganarse la vida en condiciones. De hecho, el éxito del independentismo catalán sólo se explica en el contexto en el que se ha producido, marcado por la corrupción y los recortes.

Desde los prolegómenos de las autonómicas catalanas, Iglesia y los suyos abandonaron la agenda que les convirtió en un partido con posibilidades reales de llegar al poder e hicieron suya de la una izquierda nacionalista que sólo aspira a controlar los flujos de influencias del marco regional en el que se mueve. No hay un proyecto para España, ni para el mundo, en las posiciones políticas que mantiene el nacionalismo de izquierdas, sea radical o pretendidamente moderado.

Hasta el punto de que, con la posible salvedad de un modo de entender la política económica alejado en teoría de los modelos neoliberales al uso, muchos o casis todos los postulados que defienden podrían ser asumidos por políticos en sus antípodas como Donald Trump , partidarios de fronteras, muros y de que no ‘vengan los extranjeros a quitar los puestos de trabajo de los nacionales, ni a repartirse el dinero de los impuestos’. ¿Recuerdan? España les robaba.

El empecinamiento de Iglesias en ‘ofrecer’ a Sánchez una mayoría que requiera el apoyo de los grupos soberanistas y tenga como hipoteca firmada y sellada la instauración del famoso ‘derecho a decidir’ es un ‘caramelo’ para el PSOE, porque le permite acusar la traición a sus principios que ha perpetrado en el supuesto deber de preservar esa evanescente unidad de España que sólo ha empezado a fracturarse de verdad, cuando el rigor de las políticas neoliberales y sesgadas ha llevado a creer a algunos ciudadanos ingenuos que la independencia y la fragmentación del estado podría devolverles el paraíso que los ‘recortes’ les habían arrebatado y a confiar, lo mismo que hicieron al votar mayoritariamente a Rajoy en 2011, en que el lobo sea el mejor pastor para ese rebaño de ovejas desesperadas en el que nos hemos convertido.

Pero ni lo era entonces, ni lo es ahora. Y la lástima es que ese provincianismo trasnochado que sustenta las estrategias de los partidos nacionalistas de cualquier signo, también los españolistas que ‘mandan’ en el PSOE, haya conseguido convertir en la prioridad nacional su agenda de reivindicaciones inútiles.

Por suerte, no todo está perdido. Podemos puede y debe aprender del batacazo. Se trata de volver a la idea original y dejarse de zarandajas. Ni estamos para ‘remakes’ o segundas partes de la agonía de un ‘felipismo’ que resultó letal para la izquierda, ni para pantomimas ‘pseudohippies’ ni provocaciones baratas que sólo espantan a los de siempre. Hay que volver a hacer política y, con todos mis respetos, eso no es lo que hacen los programas de ‘La Sexta’ .

Ahí se producen espectáculos televisivos. Muy buenos, por cierto. Pero no programas de gobierno capaces de devolver a las clases medias y populares todo aquello que se les ha arrebatado arteramente en los últimos años gracias al avance del ‘neoliberalismo’ conservador y a la complicidad de una socialdemocracia que ha olvidado sus raíces, sus principios y sus verdaderos objetivos.

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