Detrás de la cortina

Pablo Echenique, la ‘argamasa’ de Podemos

Iglesias elige a un ‘crítico’ como número tres para acallar las acusaciones de leninismo que le lanzaban los medios conservadores En los perfiles oficiales que Podemos mantiene en las redes sociales no hay, como es lógico, ninguna referencia a las divisiones internas que, aparentemente, han hecho temblar las costuras del partido a lo largo de la semana pasada. En el de Facebook, por ejemplo, se mantiene en la cabecera una foto de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón en la que ambos tienen una importancia similar y, si no fuera por la desaparición en combate del siempre locuaz número dos de las huestes moradas, cualquiera podría pensar que la destitución fulminante de un número tres del partido que, además, se encarga nada menos que de la organización, es menos relevante que el recambio en el banquillo de un club de fútbol.

Pero, evidentemente, no es así. Y no lo es incluso para los ‘podemitas’ más acérrimos y propensos al ‘hooliganismo’. Más allá de que no resulte fácil en un momento como el actual que las diferencias ‘tácticas’ de criterio que existen, y que ha admitido entre dientes la misma Carolina Bescansa, puedan proporcionar todavía algunas emociones, y mucho material para los medios de comunicación aliados en la cruzada permanente para disparar contra el partido, no es probable que haya disensiones serias. Y mucho menos rupturas.

Como no las hubo hace meses, en los procesos de ratificación de las cúpulas regionales, cuando los presuntos radicales de Izquierda Anticapitalista y asimilados, con una larga lista de notables entre los que se encontraba el fundador y hoy eurodiputado Miguel Urban o la líder andaluza Teresa Rodríguez, se plantearon dar la batalla a Iglesias y Errejón para evitar una deriva del partido hacia la socialdemocracia y que la formación quedará por completo bajo el control de la cúpula.

La unidad de acción no se va a romper porque la vieja máxima de Alfonso Guerra que decía que “quien se mueve no sale en la foto”, sigue vigente en cualquier partido, nuevo o viejo, en eso no hay diferencias, sobre todo cuando hay serias posibilidades de tocar poder en el horizonte, como es el caso. Bien distinto sería, claro que Podemos estuviera de vuelta, inmerso, pongamos por caso, en esa crisis estructural y sin solución visible en la que anda sumergido el PSOE desde la caída en desgracia del partido provocada por la política económica que impulso José Luis Rodríguez Zapatero durante sus últimos años en el Gobierno siguiendo los dictados de Angela Merkel.

En ese caso sí que sería posible que los enfrentamientos cainitas fueran a mas, por supuesto, como probablemente ocurra en algún momento en el PP, sobre todo si se repiten las elecciones con Mariano Rajoy de candidato y los resultados se mantienen en una línea similar a la marcada por las urnas el pasado 20 de diciembre. Entonces, sólo entonces, a lo mejor, y sólo a lo mejor, alguien se decide a desenfundar el acero.

Lo que tampoco significa automáticamente que ese supuesto líder de una también supuesta disidencia potencial que quizá exista en el PP, vaya a tener éxito, porque, al fin y al cabo, el presidente del Gobierno en funciones no es más que un fusible. Y cuando caiga, todo el circuito que él protege correría graves riesgos. Y mientras eso sea así, y Rajoy esté dispuesto a seguir manteniéndose firme en esa arriesgada posición siempre va a disponer de poderosos apoyos que le ayudaran a abortar cualquier conspiración palaciega, juvenil o senior, que pudiera desatarse en su contra.

Así que todos los dirigentes ‘podemitas’, desde Pablo Iglesias al último responsable de lo que sea en cualquier círculo perdido de la mano de dios sabe perfectamente que el partido no puede permitirse ahora una lucha por el poder. Ni de lejos. Una cosa fue prescindir del polémico Juan Carlos Monedero, que ya estaba tocado y casi hundido cuando tuvo que marcharse a cuenta de aquellos pagos llegados de Venezuela, y otra bien distinta que Iñigo Errejón saliera por la puerta falsa.

Pero tocaba hacer algo, claro. Y se ha hecho. La elección de Pablo Echenique, como nuevo secretario de organización era esperada en muchos ambientes morados cercanos a la cúpula, donde se tenía claro que Iglesias no podía culminar su giro autoritario colocando en el puesto a dirigentes como Rafael Mayoral o Irene Montero, tan cercanos a su figura que, a veces, parecen poco más que clones del emperador.

Echenique, como Teresa Rodríguez, cuenta con una interesante muesca en su revolver. Porque se ha enfrentado con Iglesias y Errejón, y también con el destituido Sergio Pascual, por cierto, y ha ganado. Aunque también haya perdido. Y ni la victoria, ni la derrota le han causado humillación alguna ni a él ni a sus rivales políticos.

Además, dirige una organización territorial que ha sido capaz de llegar a pactos de Gobierno con el PSOE sin dejar por ello de ejercer la oposición ni mostrarse crítico, a veces mucho, con los socialistas y en la que, por ahora, ya se sabe que el poder siempre ayuda, las corrientes internas bajan tranquilas y conviven en aparente paz. Echenique gusta a la afición y tiene buena imagen externa también. Así que, sin duda, era un buen candidato. Y tiene peso político propio a diferencia del destituido Pascual.

¿Servirá entonces este nombramiento para cerrar la crisis, al menos en el interior del partido? Probablemente sí, por el momento. Por lo menos, el tiempo suficiente para que se agoten los procesos de negociación que ahora están en marcha y se pueda plantear, ya más tranquilamente, la posibilidad de ir a una nueva Asamblea similar a la fundacional de Vista Alegre, en la que el partido morado, que hace mucho dejo de ser un movimiento emergente, pueda hacer obras y remodelar sus estructuras organizativas para que respondan a su nueva realidad.

Pero, el nombramiento de Echenique no va a tener el mismo efecto en el exterior. De hecho, los analistas de la prensa anti-podemos ya han empezado a considerar el ascenso de este líder, al que se quiere considerar cerca de las posiciones más a la izquierda del partido, como una victoria de Izquierda Anticapitalista sobre los moderados de Errejón, vestida de falsa componenda. No habría, según estas opiniones, pacificación posible, porque Iglesias quiere revivir el viejo modelo leninista del PCE y fulminará sin más a la disidencia.

Un sector importante de la dirigencia socialista, ya saben cuál, está detrás de esta burda simplificación de los hechos que ya dibujo con mano firme y maestra el siempre ‘vivo’ Felipe González cuando situó a Iglesias en la órbita de Julio Anguita aquel rival histórico del ‘felipismo’ que se habría aliado con la derecha, según estas versiones, para formar una pinza con la que desalojar a los socialistas del poder.

Por supuesto, este cuento no recuerda el estado en que la corrupción había dejado al PSOE en aquellos tiempos ni el daño que eso, y las políticas neoliberales que defendió, hicieron a la izquierda española, en general, y a su partido en particular. Una formación política que aún no ha sido capaz de superar aquel ‘shock’, entre otras cosas, porque aún no ha tenido un líder fuerte que se atreviera a romper, sin paliativos, con los viejos vicios y los viejos dirigentes de un pasado que no fue en absoluto tan brillantes como dicen.

Además, ¿de verdad importa tanto que haya división de opiniones en Podemos, o incluso si me apuran en el PSOE? A lo mejor no. Las primarias demócratas de EEUU más duras que recuerda la historia se produjeron cuando Barack Obama y Hillary Clinton, se enfrentaron por la nominación. Y eso que no había grandes diferencias en el proyecto político que ambos defendían. Y ya saben cómo terminó la historia. Con Clinton como secretaria de Estado del gobierno presidido por su rival.

Al final, lo que puede resultar contradictorio quizá sea criticar el leninismo de unas organizaciones que son monolíticas y cerradas y acto seguido extrañarse de las divisiones que se producen en los partidos cuya estructura es más abierta. Las discrepancias son buenas, probablemente, por lo que tampoco parece aconsejable negarlas y esconder la cabeza, después de haber destituido a un secretario de organización y nombrado otro. Es lo que tiene crecer que uno deja de ser nuevo, pierde el elemento sorpresa y la concurrencia empieza a pedir resultados.

Más información