Opinión

Gente de la Gran Vía

La Gran Vía de Madrid nació con vocación de ser Nueva York pero mezclándola con las vendedoras de nardos, los aguadores, los mieleros y otra gente de todo tipo y condición. Hasta hace cien años Madrid era una ciudad estrecha, y hasta los años cincuenta fue ese caserón manchego lleno de subsecretarios que decía Cela. El Ayuntamiento le quiere cantar cumpleaños feliz a la abuela de Madrid de una manera nostálgica, por eso reponen a Bogart en los cines para que parezca que cuando Humpfrey decía aquello de “siempre nos quedará París”, en realidad se refería a Madrid, crisol de la gente de paso que viene y luego se queda. Pero el pasado lo conocemos por las fotos de Alfonso, (memorable aquella del torero Fortuna que estoqueó a un toro suelto en la Red de San Luis), y también las que adornan las paredes de Chicote con el artisteo congelado en foto fija. Lo que hace falta es saber cómo será el futuro, y si los pequeños comercios desaparecerán convertidos en tiendas de pipas y fantas. Y si nuevas farolas horrorosas vendrán a sustituir a estas que ya son feas. Cien años después podemos decir que La Gran Vía es más de Manhattan que alguna de las calles de Nueva York, en ningún otro lugar se han dado cita tantos artistas, vagabundos, gañanes, doctores y meretrices. Todos ellos forman ese tipo que puede calificarse bajo la denominación de “gente de La Gran Vía” y que es un estilo literario, una manera de colocarse la bufanda que se debía enseñar en la veterana Academia Ripollés, cantera de oficinistas y de azafatas.

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