Opinión

Luis Angel Rojo

Hoy toca ponerse serio, y más que serio, triste. Ha muerto Luis Angel Rojo, quizás la personalidad pública española que concitaba mayor respeto. Deja un recuerdo imborrable y un trabajo que nuestra economía nunca sabrá pagarle. Fue el hombre, el talento y la honradez más adecuados para el momento más complejo en una evolución que se vislumbraba imposible. Entre la admiración que despertaba, uno no sabría qué destacar de manera especial. Era inteligente, tenía las ideas claras respaldadas por una preparación soberbia, y era honrado a carta cabal. Ejerció máximas responsabilidades de la economía pública evitando con sabiduría implicarse de lleno en la vida política y esa actitud le confirió una aureola excepcional.

Fue el gobernador por excelencia del Banco de España y uno de los grandes artífices de la incorporación española al euro desde su creación. Frente a tantos como cuestionaban tan valiente iniciativa, él siempre tuvo claro que ese era el camino a seguir para que nuestro país no perdiese la mejor oportunidad de acceder a semejante salto de progreso. Abandonó el cargo y a pesar de su modestia, que le mantenía alejado de las tribunas de la popularidad, seguía siendo una referencia constante para sus colegas, para la prensa del ramo y para muchos políticos que seguramente envidiaban en la intimidad su imagen sin aristas ni reservas que oponerle.

Nadie como los lectores de EL BOLETIN, que tantas veces informó de sus actividades, tendrán tan presentes estas reflexiones. Podríamos añadir que era un hombre sencillo y afable. Nunca hacía ostentación de sus conocimientos, del fundamento difícilmente discutible de sus opiniones, y del rigor con que exponía sus análisis. Murió relativamente joven, a los setenta y siete años, y, él sí, deja en su entorno un vacío enorme. Aún tenía muchos conocimientos y mucha experiencia que aportar a una sociedad con una economía con tantos males crónicos, y a unos dirigentes que se resistían a mirarse en su ejemplo y a seguir sus consejos.

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