Opinión

El paro de la paz

La paz por lo que se ve y se oye, genera paro. Bienvenido sea, habría que añadir. Unos setecientos escoltas parece que se ven abocados a incrementar las listas del desempleo porque sus servicios están dejando de ser necesarios. El terrorismo etarra, que tanto dolor, disgustos y quebraderos de cabeza nos ha venido proporcionando, está de retirada y con sus pistoleros de armas caídas ya no habrá falta proteger a los más amenazados. Es, qué quieren que les diga a los que están a punto de perder el empleo, una buena noticia; la mejor noticia que hemos deseado y esperado durante años. Les deseo a los escoltas que encuentren pronto otra ocupación y entre tanto que los poderes públicos no se olviden de los servicios que han prestado, pero también entiendo que no es cuestión de promover terrorismo para que ellos sigan teniendo ocupación.

El mal relativo de unos pocos no es comparable con el mal de todos los que durante décadas han vivido bajo la amenaza del tiro en la nuca o el amosal bajo el coche. A la paz no hay que buscarle cinco pies al gato y entristece que por razones variadas en este país no se le buscan cinco, si no siete. Ya sé que es pésimo momento para irse al paro, pero peor es irse derecho al cielo porque unos asesinos se emperren en matar a destajo. Lo que hace falta es que, de una vez por todas, los etarras entreguen las armas y se reincorporen a un proceso de reinserción que les permita convertirse en ciudadanos corrientes, con las ideas que les peten, pero con la conciencia tranquila. A los escoltas sin puesto de trabajo, pues no sé, se me ocurre que quizás se les podría facilitar el ingreso en algún cuerpo de seguridad de tantos como tenemos y como las comunidades autónomas están creando.

Más información