Para mi jefe, los Gobiernos europeos están en manos de los especuladores financieros. La situación, las dudas, y la falta de respuestas concretas de quienes tendrían que darlas porque han recibido el mandato de los ciudadanos han configurado finalmente una situación que se podría resumir, según las siempre doctas palabras de mi jefe, con la conquista de la política por parte de los intereses de un cierto sector público. Y todo eso, sin que nadie parezca tener el aliento suficiente para evitarlo. Por lo menos, hasta ahora.
Como consecuencia de este clima endiablado, los nuevos Gobiernos, salidos de las urnas tardan sólo unos pocos meses en quemarse, una vez que los votantes vuelven a tener claro que el cambio de las personas, o de los partidos, no presupone un cambio en las políticas aplicadas. El papel de los nuevos portavoces políticos parece ser encontrar nuevos razonamientos para profundizar en los ajustes y los recortes que iniciaron sus antecesores, normalmente derrotados en las urnas, precisamente, por haber llevado a cabo una versión más liviana de los programas de recorte que llegarán luego. Un círculo vicioso informal.
