Opinión

La piedra Pantoja

Ya puede darse por desconvocada la razón y ya puede la cultura rendirse ante la evidencia: cuando dentro de unos milenios intenten comprender cómo éramos en lugar de acudir a la “piedra Roseta” tendrán que acudir a un Cd de La Pantoja. Desde hace varias décadas esta cantante es el epicentro de sí misma y de un movimiento que va desde entusiastas seguidores a travestís que se tiran la mantilla encima como ella sólo sabe hacerlo.

Cuando algunos la daban por amortizada tras su etapa como alcaldesa consorte de Marbella, ella retoma protagonismo por ser la futura abuela de España teniendo al hijo más feo que el maestro Paquirri dejó en este mundo, (lo cuál es meritorio si se le compara con los otros dos hermanos que son modelos de glamour y estilo).

Cualquier otro con ese currículum: con Paquirrín metido a actor de “Torrente”, una Miss Sevilla desconocida y aquellas fotos de El Rocío en las que se besaba en una carreta con aquel alcalde bigotudo y corrupto, no hubiera sido capaz de levantar cabeza, pero ahí la tienen aclamada y deseada por un nieto que ni siquiera es incipiente en la barriga de su madre.

Pantoja es una dinastía en sí misma, una reina nacida para ser aclamada por el pueblo y que tiene bien ensayada la pose de cómo sonreír cuando las cosas vienen de canto, (“dientes, dientes”, decía). No la traten de comprender, ni de explicar, sólo contemplen cómo la vida pasa a su lado y ella siempre sale indemne reconvirtiendo los fracasos en pausas de la fama, apenas eso.

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