Opinión

Cariñoso por sentencia

Hoy es el día de San Valentín y un juez de Florida, en los Estados Unidos – donde también se promulgan sentencias esperpénticas – ha condenado a un maltratador, sorprendido in fraganti arrastrando por los pelos a su cónyuge, a compensarla con muestras variadas de un amor que a juzgar por los hechos, seguramente ya no le profesa.

Tendría que haberle enviado a la cárcel sin mayores prolegómenos – al menos es lo que opinan las feministas del lugar -, pero le ha librado de las rejas si en un plazo prudencial envía flores a la agraviada, le hace arrumacos sin necesidad de que deriven en mayores consecuencias, y la saca a cenar de vez en cuando fuera de casa.

Es una moda nueva de hacer justicia: la redención de la pena debida por manifestaciones reiteradas de amor, sean sentidas o no, eso da lo mismo. Para el juez, cuyo nombre escamotean los cronistas, ese pequeño detalle no importa. El maltratador, que debe de ser un cafre de tomo y lomo aunque listo como el hambre, no ha dudado en acatar la sentencia y en prometerle a su señoría ponerla en práctica inmediatamente. Nada sería de extrañar que esta noche saque a su mujer, y excepcionalmente no por los pelos, a comerse unas hamburguesas en el chiringuito de la esquina.

No consta cual será la actitud de la sufrida esposa; es decir, si prefiere tragar quinina y dudar de las manifestaciones de cariño que la esperan, o tener que llevarle tabaco y bocadillos a la prisión del condado. Pero todo permite sospechar que debe de estar optando por abrirle la puerta al repartidor de la floristería con una sonrisa de felicidad tan amplia cuanto den de sí las comisuras de sus labios. En una de estas hasta se cree en la transformación del miedo a perder la libertad en amor eterno. El agresor, entre tanto, a buen seguro que calcula lo que va a costarle su propensión a la violencia doméstica en gastos originados por manifestaciones involuntarias de afecto, y a buen seguro que se tranquiliza pensando que la alternativa era peor.

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