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Lo que tenía que pasar, pasó

Los últimos datos económicos oficiales hechos públicos tanto por Eurostat, confirman dos temores que muchos expertos manejaban. La recesión parece instalada en la zona euro, cuyo PIB se contrajo un 0,6% en el último trimestre de 2012 y Alemania que sufrió el mismo recorte en su economía en el mismo periodo, empieza a pagar las consecuencias.

El dato germano aún es peor si se toman con referencia sus propias estadísticas oficiales que cifran la caída en un 0,7% y, sin embargo, registran también un anémico crecimiento del 0,1% para todo el año, guarismo que aleja a los teutones del supuesto milagro económico en el que creen vivir y les sitúa frente a la amarga realidad de tener que admitir que, por mucho que intenten negar lo evidente, la suerte del resto de los países de la Eurozona influye en su mayor o menor fortuna en todo momento.

Sucede sencillamente que los alemanes, a base de obligar a tomar cucharadas de aceite de ricino a los países del sur de Europa, esos baqueteados periféricos, según la actual nomenclatura, para que purguen sus pecados, sólo parecen haber conseguido debilitar de tal manera a su clientela que, finalmente, su poderosa industria no tiene a quien venderle las maravillas que produce, puesto que, más del 50% de sus exportaciones se dirigen hacia el territorio de la moneda única y sus intentos de encontrar otras alternativas, en China, por ejemplo, no acaban de cuajar.

Algunos expertos empiezan a pensar que a los actuales dirigentes alemanes no les importa lidiar con un cierto frenazo económico, que puede verse acentuado ahora por la fortaleza del euro, porque su juego es otro y es muy distinto a esa supuesta imposición generada de la austeridad como método para propiciar el crecimiento económico en los años venideros, sean cuales sean estos. Más bien daría la impresión de que sólo buscasen aprovechar la ventaja competitiva que les proporciona la actual situación para financiarse con tipos bajos en relación al resto como fórmula para resolver la, casi evidente, situación de insolvencia de su sistema financiero.

Porque lo cierto es que la crisis de la deuda, se ha traducido en dolor y sufrimiento para esa periferia europea de la que hablábamos antes, pero también ha marcado un rango de rentabilidades para la colocación de deuda en la que los bonos germanos, gracias a la inestabilidad económica que perciben los mercados, pueden colocarse a tipos en el entorno del 1%, mientras que la española, por ejemplo, se mueve algo por encima del 5% en el mejor de los casos.

Y esta apuesta, que habrían realizado los alemanes a costa del resto, podría suponer muchos más riesgos de los que se perciben en apariencia. Cabe la posibilidad de que los teutones se hayan pasado de frenada y estemos, en realidad ante un cataclismo económico de dimensiones mucho mayores de lo esperado que termine de devastar a Europa entera.

Volviendo a los datos de Eurostat, esa caída del 0,6% del PIB de la Eurozona en el tercer trimestre de 2012, el tercer retroceso mensual consecutivo, ha triplicado las previsiones de Bruselas que, por cierto, ya eran negativas. Y, además, viene acompañado de números rojos en las grandes economías de la moneda única como la propia Alemania, Italia (-0,9%), España (-0,7%) y Francia (-0,3%). En este momento, la recesión es una realidad en España, Italia, Holanda, Finlandia, Portugal, Grecia, Eslovenia y Chipre, mientras que Alemania, Francia, Austria y Bélgica están a punto de caer en ella.

Hasta Reino Unido, con su divisa propia, y supuestamente impulsado por aquellos recortes de Cameron que admiraba Rajoy porque traerían confianza a los actores económicos, va de mal en peor y su PIB ha registrado un recorte del 0,3% en el último trimestre de 2012 que también le sitúa al borde del abismo.

Al final, los mismo sólo sucede que lo que tenía que pasar ha pasado porque el rumbo elegido para marcar la trayectoria de las economías sólo llevaba aquí, a que se generase un colapso económico monumental en Europa, del que tampoco podrá librarse con facilidad el resto del mundo, a cambio, aparentemente, de nada. Excepto, eso sí, satisfacer la tradicional soberbia germana, esa ‘superbia tedeschi’ de la que hablan los italianos.

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