Dice mi jefe, al ser preguntado por las elecciones de Alemania, que los alemanes, en su legítimo ejercicio de su derecho a voto, han decidido considerarse por encima de Europa. Es decir, que parecen haber olvidado que su país es el que es gracias a la solidaridad que hace dos décadas mostraron los europeos con ellos. Una solidaridad que, tal y como se ha demostrado este domingo, no es en modo alguno recíproca.
En cualquier caso, el buen hombre aplica esa tesis tan castiza que dice que arrieros somos y que, por lo tanto, ya en el camino nos iremos encontrando. Porque el Viejo Continente es su mejor socio comercial. O lo que es lo mismo: su mejor cliente. Y si los alemanes siguen empeñados en maltratar a su principal cliente, las cosas pueden adquirir un tinte extraño a partir de ahora.
Por no mencionar, claro, la propia economía alemana. No es ya ningún secreto el estado en el que se encuentra el sistema bancario germano. A falta de saber cuánto deben exactamente las entidades germanas, lo que sí se sabe es que no quieren que se sepa bajo ningún concepto. A eso hay que sumar el cómo le va a ir a Berlín cuando retire el dopaje impuesto este año mediante la aprobación de planes de estímulo que, previsiblemente, retirará en el corto plazo.